viernes, 28 de julio de 2017

5 Poemas de Gustavo Adolfo Bécquer

5 Poemas Gustavo Adolfo Bécquer
Amor eterno
                                          Podrá nublarse el sol eternamente;
                                         Podrá secarse en un instante el mar; 
Podrá romperse el eje de la tierra 
Como un débil cristal. 
¡todo sucederá! Podrá la muerte 
Cubrirme con su fúnebre crespón; 
Pero jamás en mí podrá apagarse 
La llama de tu amor.

Rima X: Los invisibles átomos del aire

Los invisibles átomos del aire
en derredor palpitan y se inflaman;
el cielo se deshace en rayos de oro;
la tierra se estremece alborozada;
oigo flotando en olas de armonía
rumor de besos y batir de alas;
mis párpados se cierran… ¿Qué sucede?
¡Es el amor, que pasa!


Rima V: Espíritu sin nombre

Espíritu sin nombre,
indefinible esencia,
yo vivo con la vida
sin formas de la idea.

Yo nado en el vacío,
del sol tiemblo en la hoguera,
palpito entre las sombras
y floto con las nieblas.

Yo soy el fleco de oro
cae la lejana estrella;
yo soy de la alta luna
la luz tibia y serena.

Yo soy la ardiente nube
que en el ocaso ondea;
yo soy del astro errante
la luminosa estela.

Yo soy nieve en las cumbres,
soy fuego en las arenas,
azul onda en los mares
y espuma en las riberas.

En el laúd soy nota,
perfume en la violeta,
fugaz llama en las tumbas
y en las ruinas hiedra.

Yo atrueno en el torrente,
y silbo en la centella,
y ciego en el relámpago,
y rujo en la tormenta.

Yo río en los alcores,
susurro en la alta yerba,
suspiro en la onda pura,
y lloro en la hoja seca.

Yo ondulo con los átomos
del humo que se eleva
y al cielo lento sube
en espiral inmensa.

Yo, en los dorados hilos
que los insectos cuelgan,
me mezco entre los árboles
en la ardorosa siesta.

Yo corro tras las ninfas
que en la corriente fresca
del cristalino arroyo
desnudas juguetean.

Yo, en bosques de corales
que alfombran blancas perlas,
persigo en el Océano
las náyades ligeras.

Yo, en las cavernas cóncavas,
do el sol nunca penetra,
mezclándome a los gnomos,
contemplo sus riquezas.

Yo busco de los siglos
las ya borradas huellas,
y sé de esos imperios
de que ni el nombre queda.

Yo sigo en raudo vértigo
los mundos que voltean,
y mi pupila abarca
la creación entera.

Yo sé de esas regiones
a do un rumor no llega,
y donde informes astros
de vida un soplo esperan.

Yo soy sobre el abismo
el puente que atraviesa;
yo soy la ignota escala
que el cielo une a la tierra.

Yo soy el invisible
anillo que sujeta
el mundo de la forma
al mundo de la idea.

Yo, en fin, soy ese espíritu,
desconocida esencia,
perfume misterioso,
de que es vaso el poeta.



Las ropas desceñidas, 
desnudas las espaldas, 
en el dintel de oro de la puerta 
dos ángeles velaban. 

Me aproximé a los hierros 
que defienden la entrada, 
y de las dobles rejas en el fondo 
la vi confusa y blanca. 

La vi como la imagen 
que en leve ensueño pasa, 
como rayo de luz tenue y difuso 
que entre tinieblas nada. 

Me sentí de un ardiente 
deseo llena el alma; 
como atrae un abismo, aquel misterio 
hacia sí me arrastraba. 

Mas ¡ay! que, de los ángeles, 
parecían decirme las miradas: 
"¡El umbral de esta puerta 
sólo Dios lo traspasa!"



Mi vida es un erial, 
flor que toco se deshoja; 
que en mi camino fatal 
alguien va sembrando el mal 
para que yo lo recoja.




Su mano entre mis manos, 
sus ojos en mis ojos, 
la amorosa cabeza 
apoyada en mi hombro, 
Dios sabe cuántas veces 
con paso perezoso 
hemos vagado juntos 
bajo los altos olmos 
que de su casa prestan 
misterio y sombra al pórtico. 


Y ayer... un año apenas, 
pasado como un soplo, 
con qué exquisita gracia, 
con qué admirable aplomo, 
me dijo al presentarnos 
un amigo oficioso: 
?¡Creo que en alguna parte 
he visto a usted! ¡Ah, bobos, 
que sois de los salones 
comadres de buen tono, 
y andabais allí a caza 
de galantes embrollos: 
qué historia habéis perdido, 
qué manjar tan sabroso 
para ser devorado 
sotto voce en un coro 
detrás del abanico 
de plumas y de oro...! 


Discreta y casta luna, 
copudos y altos olmos, 
paredes de su casa, 
umbrales de su pórtico, 
callad, y que el secreto 
no salga de vosotros. 
Callad, que por mi parte 
yo lo he olvidado todo; 
y ella... ella, no hay máscara 
semejante a su rostro.

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